martes, 5 de junio de 2012

Mujeres

Llevo varios días dándole vueltas a este nuevo post. Tenía la necesidad de hablar de las mujeres.

Rectifico, no se trata de ninguna necesidad, simplemente me apetecía. De hablar de mujeres, en general, de ninguna en particular. De tipos de mujer que he ido identificando a lo largo de los años.
Nunca me he sentido feminista. Aunque me he sentido muchas veces tratada con el desprecio machista del que cree que la opinión de una mujer siempre vale menos que la de un hombre. Y ese desprecio lo he sentido por parte de hombres y, sobre todo, de mujeres.

Siempre me ha gustado observar. Siempre he sido tímida. Con los años se aprende a manejar lo que uno mismo percibe como falta de habilidades sociales, pero hay rasgos que se mantienen y uno de ellos es el de la observación. Esther, ella tan despistada, ella tan en su mundo. Ella, tan extraña.

Me crié con una mujer, las dos solas, mi madre y yo. Madre mayor, mucho mayor. Madre a destiempo. Cuando ya no tocaba. Cuando, quizás, lo que apetecía era ser abuela. Madre viuda, viuda de las de antes. Madre poco cuidada por sus otros hijos. Madre sola, por dentro y por fuera. Madre "de las de antes": exigente, dura, inflexible. Poco dada a los afectos. Distante.

Las dos solas. Ella fue la primera mujer en mi vida. La primera a la que observé. Durante largos días. Largas tardes de domingo, las dos solas, en las que apenas circulaba una palabra entre los muros de nuestra casa. Las eternas tardes de invierno. Esperando que llegara el verano. Que hubiera otras mujeres que con sus historias, sus risas, me animaran, nos animaran, la vida.

Porque había otras mujeres. Mis tías. Ellas también, antiguas, no diré viejas. (Una de ellas tiene ahora 100 años). Todas enlutadas, unas por los maridos, otras por los padres, por los hermanos. Pero distintas a la madre. Con historias que contar. De la familia. La guerra. El hambre. El pueblo. Lo cotidiano. La vida. Era un placer sentarse en el regazo de Pacita y dejar que cantara alguna de sus canciones. Que contara alguno de sus cuentos. Que me hiciera reír. Ellas eran mujeres poderosas. Pacita, Feli... Yo las veía como heroínas de algún cuento. De esos cuentos que me contaban. Y con ellas empecé a observar las relaciones hombre-mujer. Pacita y José María. El tan cascarrabias. Y ella la que ejercía el poder velado. Feli y Mario. El tan buen hombre. Ella con su carácter de mujer indomable. No te cases sino quieres. Pero ten un hijo, me decía, no hay nada más grande. Los hombres no sirven para nada, más que para darnos hijos. Tu estudia. Gánate la vida. Ten un hijo.


Y siguieron más mujeres. Con la perspectiva del tiempo creo que esas primeras mujeres marcaron lo que soy ahora. Por consanguinidad, genética, o por roce, el hecho es que entre todas hicieron de mí una pequeña rebelde. Una mezcla extraña: rebelde, tímida, independiente, pero como los niños chicos... sabiendo siempre que alguien, quien sea, vela por mí en la distancia.

No diría de ninguna de ellas que fueran machistas. Todas, incluida, y sobre todo, mi madre, me animaron a estudiar. A trabajar. A ganarme la vida. A ser independiente. Autónoma. A no depender de nadie. Sin embargo, ninguna de ellas dejaba que sus hombres: maridos, hijos... fregara un plato, tocara una escoba, hiciera una cama... Yo observaba esas extrañas relaciones de poder: eran ellas las que parecía que llevaban la voz cantante y, sin embargo, eran ellas también las que asumían mansamente todas las tareas de la casa. Ellas al control. Pero ellas las que hacían.

Oir, ver y callar. Era la máxima de mi madre. Nunca le hice caso. Tímida, pero con carácter.

Los años pasaron y seguí observando a las mujeres, a las más próximas, a las más distantes. Familia, amigas, compañeras... Observaba.

Y me encontré con un amplio abanico. Alguna mujer anulada por un marido machista, manipulador, encantador de serpientes. Enamorada hasta las trancas. Dependiente. Sumisa. Entregada. Al cabo de los años destruida como persona con el consentimiento de los que callan.

También las conocí felices en su papel de "mujer de..." mujeres felices viendo a sus maridos bien planchados, bien comidos y bien follados. Quién sabe si por otras.

Las conocí feministas confesas, que a la hora de la verdad perdían los papeles por los machos alfa de la tribu y se venía abajo su feminismo. Se ponían a los pies del que se terciara y hacían del amor libre la excusa perfecta para sufrir como condenadas por esos hombres. Esposos de esas otras mujeres perfectas y felices.

Sí, también las conocí libres. Pero las auténticas ya estaban entradas en años. Y todas con un poso de melancolía. Consecuencia de alguna relación no cicatrizada. A menudo con hombres, otra vez, perfectos en su papel de alfa. Aun así, mujeres con la cabeza alta. Orgullosas de lo que llegaron a ser. De lo que llegaron a vivir. Orgullosas de su vida. De haber vivido con intensidad. Sin sensación de derrota.

He conocido mujeres anodinas. Con una limitadísima capacidad para la expresión, para la comunicación. Mujeres presas de sí mismas. Inhibidas para la emoción, el afecto. Mujeres que se sorprenden de cada paso que doy: Esther, qué cabeza, no se centrará nunca. Incluso de cada paso que dan ellas mismas. Mujeres que no necesitan un macho alfa porque con el beta les alcanza perfectamente. Sin ambiciones. Ni química. Ni física.


Demasiadas mujeres atrapadas en relaciones desiguales. Demasiadas mujeres que siguen anteponiendo el bienestar de un hombre al suyo propio. Al de sus hijos, sus hijas. Mujeres educando niñas; niñas cuyo modelo es una madre incapaz de estar sola. De salir adelante sin un hombre que la guíe.

He visto mujeres madres. Madres de sus hijos, de sus parejas, de sus padres. Madres entregadas. Que no son sin toda esa recua de hijos que llegan sin cesar. Y no me refiero solo a los biológicos. Mujeres cuya vida no tiene sentido sino es cuidando. De quien sea. Sintiéndose necesaria.

Mujeres conciliadoras: multiplicando el trabajo, los esfuerzos. A las carreras. Las comidas, las cenas, los niños. Fines de semana con padres o suegros. Durante la semana: trabajo, casa. Una carrera contra el reloj. Sin tiempo para sentir. Ni para pensar qué quieren hacer de su vida. Sin tiempo para disfrutar. Para sentir.

Y es ahora, al cabo de los años, cuando veo a otro tipo de mujer. Libre. En pareja, sin pareja. Pero libre. Mujeres que no son dependientes de un rol prefijado. Mujeres que viven para sentir. Que sienten y transmiten. Apasionadas. Libres o en soledad. Mujeres dignas. Inquietas. Sabias. Mujeres con objetivos que van más allá de hacer feliz a un hombre, de ver crecer a unos hijos, de dejar pasar los días. Mujeres entusiasmadas con una causa. Mujeres comprometidas con la sociedad. Mujeres comprometidas con otras mujeres. Comprometidas con otros hombres.

Estoy empezando a ver a esas otras mujeres. Mis tías, Pacita, Feli, quizás hoy día formaran parte de esas otras mujeres.

Soy todas y ninguna a la vez. Busco mi sitio. Eso sí, siento. Y tuve un hijo.

5 comentarios:

  1. Esther, te estás superando día a día.
    Muy bonito el post de hoy. Me gusta como escribes, esas frases cortas y contundentes, llenas de emociones, que no de palabras.
    Conchi

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  2. Jo, Esther qué bonito, qué emotivo y qué reivindicativo a la vez. Me he emocionado un montón.

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  3. Buffffffffff este sí que me ha gustado....cuando me hablas de economía, me enseñas mucho de lo que yo ando flojilla, y me viene muy bien, pero cuando me hablas de sentimientos, me cuentas lo que más me gusta, y de lo que sé un poco aunque sólo sea por mi interés en ello, el porqué unos somos así y otros asá, las razones de como sentimos y nos comportamos y la observación importantísima del comportamiento humano, y la diversidad humana lo mejor de nosotros.
    Esta semana escribí lo que pretende ser mi primer poema, este:

    andaban las palabras, inquietas, confusas,
    buscando su lugar,
    de pronto, un camino y la luz
    entraron por mi cabeza,
    y, desde allí tranquilas y ordenadas,
    llegaron a mi corazón.

    Pele

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  4. La verdad es que al leerte me entro la gana de escribir sobre las mujeres que conozco, sobre lo que ha sido ser mujer en este país y de lo mucho que ha costado llegar a donde estamos, gracias por el amor que pones en lo que cuentas, seguiremos tu ejemplo y escribiremos sobre ellas, sobre nosotras, sobre las mujeres ...

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    1. Gracias a todos. Queli, hay más mujeres y sí, hay que hablar de ellas.

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