jueves, 23 de julio de 2015

La ventana

Estaba la oscuridad, la ventana, la luz, el verde frente al negro. Eran los restos de un incendio, quizás había sido un edificio anexo a la antigua mina, abandonado, desierto, frío. Las ruinas de un pasado de carbón, de miedo, alcohol, miseria e ignorancia. 
Buscaba perderme un momento y disfrutar del placer de imaginar otras vidas entre aquellas vigas quemadas, casi ardientes; buscaba la luz que entraba por el portillo, justo enfrente de la puerta, del dintel ennegrecido bajo el que observaba los restos de otra época. 


Y otra vez volvió el recuerdo de tu abrazo. Y tu mirada. Y tu sonrisa. Pero, sobre todo, tu abrazo envolvente. Las dos manos rodeando la cintura, cruzadas. Los antebrazos apoyados sobre la pelvis sobresaliente. Ni más arriba, ni más abajo. Y los cuerpos perfectamente unidos y acoplados. Yo, tratando de guardar el equilibrio de puntillas, para garantizar que cada parte de mi cuerpo reposa exactamente en el lugar que le corresponde del tuyo. Mis brazos envolviendo tu cuello. Mis manos, enlazadas. La nariz perdida entre la oreja y el pelo; a tu lado derecho, mi lado izquierdo. Perdida en el aroma, tan familiar, de los años.
Quiero escaparme por el ventanuco y correr a buscarte, porque a través de la puerta lo único que he encontrado es escoria, ceniza, restos del incendio, una lámpara de gas colgada y perdida... Y la bocamina, por la que se perdían antaño las ilusiones y las vidas. 
Es entonces cuando me doy cuenta de que tu has quedado dentro mientras me empujabas hacia afuera. Me atraías con tus brazos y me repelías con tus silencios que se fueron haciendo cada vez más sonoros y contundentes. 
Si salto ya no será para encontrarte, será para encontrarme. Ya no me perderé más en esos brazos ni en esa sonrisa. Y me encontraré pero seré otra.