No has sido más que un fruto del árbol de mi imaginación. He querido a la
persona que me inventé, te soñé en las noches de soledad, te di unas manos, te dibujé
sonrisa, una mirada melancólica y te adorné con un cuerpo flaco, pero atlético,
dos ojos preciosos y un bosque de pelo en el que dejarse ir.
Te doté de sensibilidad, te disfracé de ternura, olvidé la rugosidad de tus
manos y las hice delicadas. Más finas, suaves. Pétalos de piel sobre piel.
Ignoré tus amenazas, escondidas detrás del verdor de tus ojos; la pinté de
azul, el azul de la
tristeza. Te inventé un pasado, porque tu presente merecía un
pasado infeliz, de niño solitario, incomprendido, esquivo.
Inventé tus otras vidas, tus búsquedas desesperadas de afecto. No, no. No
buscabas sexo, necesitabas amor, y andabas por el, por las carreteras, en los
posos del vino, en tu cama y sus camas. Y lo encontrabas y, al minuto, se
esfumaba y te quedabas otra vez solo, son tu cabeza, tus miedos y sus amenazas.
Yo a través de ti |
Inventé mil excusas para tus silencios y tus huidas. Imaginé tu debilidad
aun sabiendo de tus fortalezas.
Te inventé atento. No hablabas pero escuchabas. No recordabas lo que había
dicho. No importaba. Yo hablaba, me perdía, te provocaba. Necesitaba tus
respuestas y las inventaba.
Y tras la provocación, la
ira. No , no era tal. Era la respuesta normal a mi falta de
tacto. Te provocaba. Eras mi invención y sabía los efectos de la provocación. Te dibujé
calmado. Pero el esbozo no se materializó. No pude con la ira y la huida.
No fuiste tú. Fui yo. No hay rastro de ti en ese muñeco de carne, hueso,
vísceras y sangre que soñé. No hay sentimientos, emociones, pasiones,
pensamientos… en esa mente que inventé solo para ti. Y para mí. Hay tu. Un
único pensamiento. Una única realidad. Tu.
No existes.