domingo, 1 de septiembre de 2013

Bodón o Felicidad II

De mis años de campamento me quedaron, por lo menos, un par de espinitas clavadas.
La primera: Creo que soy la única persona que pasó por el Pelayo que no ligó absolutamente con nadie. Ni un mínimo roce. Ahora que lo pienso reconozco que tiene su mérito, porque era prácticamente imposible. Pero yo lo conseguí. Aunque en aquel momento añadía más inquietud a mi ya perturbada alma.
Y la segunda: salir de marcha me resultaba una tortura casi imposible de soportar. El monte me ponía los pelos de punta... Y aun así, un día de agosto, después de comer y de tomar algún café con "gotines" me animé, junto con otros cuatro "montañeros", a subir el Bodón. Os pongo alguna foto, para los que no lo conocéis. Cogimos los pies, que nos pareció que era lo único que necesitábamos, y salimos del Campa animadísimos. El Picu estaba ahí, siempre observándonos, pues había que subir. Qué coño.
El Picu, al fondo.
Qué coño, qué coño... La espina arruinó mi incipiente carrera de modelo, dejándome una cicatriz en la pierna derecha que nunca desapareció. Y, lo peor. No llegamos arriba. Es más, hoy sé que ni siquiera estuvimos cerca de la cima. Otra decepción más para mi pobre alma torturada y derrotada.
Con los años fui creciendo. Ni a lo alto ni a lo ancho. Por dentro, que en realidad es lo que importa. Con el crecimiento, sostenido, empecé a escuchar el sonido de la montaña... Un día me calcé las botas. Y hasta hoy. Me enamoré.
Y entre el amor, la espina y unas fotos que Abeledo colgó en facebook hace tres semanas... me dije. Chica, tu vales mucho. Puedes. ¿quién dijo miedo?... mi otro yo, malote, malote, me decía: Chica, que no tienes edad para hacer el mono... que llevas siete años sin hacer poco más que la Ruta Les Xanes...
¿Dónde vas?... Pues al Bodón. Había que sacar una de las espinas, y la del ligoteo ya tiene poco arreglo. Al Bodón.
Abeledo (miles de millones de gracias...) organizó un grupo... de los prolegómenos mejor no hablo... Y, a pesar de las grandes ausencias de Rosas, Nacho y Carmen... Nos lanzamos tal día como ayer, sábado.
Esto no es una crónica de una ascensión, la dejo para los que saben: Abe y Carlos la han bordado. Es mi crónica de un fin de verano perfecto.
Todo fue como suelen ser estas cosas: un poco de pista, para ir calentando; un poco de piorno, por aquello de que estábamos subiendo un Picu de León, y es lo que hay; pequeños pedreros, para no olvidar que a la montaña hay que tenerle respeto siempre; y una trepada pequeñísima, para hacer cima. Ni fácil, ni difícil. A la montaña se va a disfrutar pero también a sufrir. Hace años que lo aprendí. Y lo interioricé.

En cualquier caso, apasionante. Ir ascendiendo contemplando el paisaje: el Curueño, Lugueros, Llamazares, Valdeteja, al fondo el Oso, el Nogales, el Gege... allí el Toneo, aquel parece el Fuentes... Y escuchar la conversación de unos y otros... los mismos guiños de siempre, como estar en casa. Cerrar los ojos y sentir que estábamos, de nuevo, de marcha, que el tiempo no había pasado. Salvo por un detalle, algo había pasado, estaba disfrutando como pocas veces. La compañía, seguro. Otra generación de acampados y el mismo espíritu de aquellos años. Los míos.
El descenso...

Llegar a la cumbre y sentir que era un objetivo más que se había cumplido, ver allí, a lo lejos, los Picos de Europa; mirar al sur y allí, casi en la bruma, la estepa castellana; la roca caliza... El photocall... eso sí ha cambiado, de aquella no teníamos más que alguna cámara de fotos, analógica, por supuesto. Y para comunicarnos, los gritos, alaridos, de los monitores.
Por cierto, las palabras más repetidas: Picu y follar. Y ahí lo dejo... 
El placer de estar allí arriba fue increíble...  pero no fue el único... masajear los pies con el agua helada del río del olvido... nuestro querido Curueño; la empanada de cecina y queso de cabra que nos había llevado Abe; el paseo por el pinar hasta el prao del Campa... Los 40 años de alguno en modo kilómetro cero... 
El campa... la esencia sigue, a pesar de los pequeños avances tecnológicos. El prao; el chopo; las letrinas; el río en que nos lavábamos medio dormidos después de noches en blanco... 
Ultimo turno. El prao, el chopo...

Y el libro, las fotos de mi madre sonriendo. Ella también fue feliz allí. Y eso le da un plus.
El viaje en coche tampoco tuvo desperdicio. Descubrí el apasionante mundo de la consulta de colonoscopias... Y, ya se sabe, empiezas hablando de colonoscopias y terminas...
En casa. Llegué a casa a tiempo de darme una buena ducha, descargar un montón de fotos y poder gritar, sin hacer mucho ruído: Bodón, ¡¡¡¡te tuve bajo mis pelotas!!!!
Isaac, Carlos, si habéis llegado hasta aquí, sabréis a qué me refería cuando decía que mi blog iba sobre mis asuntos. Soy una ególatra compulsiva. 
Abe, fui una mala monitora. En aquella época, tenía suficiente con luchar con mis demonios interiores, y con ocuparme de mi yo interior. Me resultaba imposible guiar a nadie por una camino que me era desconocido.
Los jitos. Importantes en la montaña y en la vida.

Pero crecí. Me he hecho mayor. Y me siento feliz de haber podido ponerle este broche de oro a casi tres semanas de vacaciones que han sido maravillosamente tranquilas; de mar, sol, montaña, Rayuela, sidras y amigas. Amigos. 
Os recomiendo hacer click en el enlace. Personalmente, me alegro de haber crecido. Y de seguir haciéndolo. Porque la vida no deja de darme sorpresas. Y me encanta. 
Javi, Dani, Isaac V., Isaac G., Carlos, Abe, Erica, Ton. Gracias por el día tan fantástico que he tenido ayer.
Y también a Marta, Paco, Mariano y Jero, por aquella primera vez. No pudo ser, pero lo que nos reímos...


4 comentarios:

  1. Me gusta mucho como lo has contado. Nunca es tarde para quitarse algunas espinitas.

    :)

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  2. ¡Esther! Muchísimas gracias a ti por compartir el día tan espléndido que pasamos en Lugueros.
    Tras tantos años, ha sido maravilloso volver a sentir las mismas sensaciones... aunque seamos de generaciones diferentes pero con un denominador común.
    Yo que tú no diría tanto de las espinitas... Con tu permiso, te las cojo prestadas, que a mi también me definen.
    Pero cómo bien dices, fue como estar en casa, como si el tiempo no hubiera pasado... Cuando bajábamos, por un momento me giré a mirar hacia arriba esperando ver la hilera de gente descendiendo en fila por la ladera....
    En días como éste, sí que el tiempo pasado fue mejor.

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    1. Gracias Carlos. Hay que repetir la experiencia, aunque no sea en el Bodón. He vuelto a caer en las redes de la montaña. :)

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